domingo, 22 de agosto de 2010

Ahora o nunca (Parte V)

Faltaba un par de casas más para poder llegar a la de la chica. Giró la cabeza a la derecha en busca de las señales que le habían dicho, "al lado de unas piedras que la gente usa como bancos y que tienen pintadas unas letras raras, hay una casa con una puerta grande de madera de roble... pues... justo..."
"Sí, esas son las piedras", dijo estirando el cuello en busca de la puerta grande.
Unos pasos más y ahí estaba. Faltaba poco. Empezó a sentir como cada uno de los pelos de su cuerpo se erizaban por los nervios. Ella iba a estar allí, detrás de esa puerta y no importaba si la cara que le ofrecía era una con la nariz arrugada de asco o con una sonrisa, él simplemente iba a rodear su cintura y tratar de decirle todo lo que sintió en el breve tiempo en el que se conocieron. No importaba si su padre y su madre estaban allí, de pie y mirándole con ojos de ira por el alboroto.
Miró al suelo. Observó el agua corriendo... dejando la tierra convertida en lodo e hizo una aproximación de los pasos que le separaban de esa gran faena que había estado gestando.
"Ocho pasos, ¡eso es!"
A ocho pasos de la (posible) mujer de su vida.
Los ocho pasos se convirtieron en siete, los siete en seis y los seis en cinco y un "¡por favor, no lo hagas!" hizo que perdiera la cuenta y se apresurara a la puerta.
Tres toques fuertes fueron suficientes para que, en menos de lo que él pensaba, ella abriera la puerta con los ojos rojos.
- ¿Qué desea? -dijo ella con voz apagada- ¿Usted? Le he dicho que no pasa nada.
- No, no es por eso es que... -hizo una pausa que para él duró una eternidad- la quiero.
- ¡¿Qué?!
- Que la quiero, de verdad yo...
Otra voz, esta vez masculina y vieja, se aproximaba al umbral.
- ¿Quién es? -preguntó con voz irritada claramente- ¿Quién es este patán de mierda?
- No es nadie -expresó ella con nerviosismo-, creo que se ha equivocado, ¿verdad señor?
- Ha tenido tiempo para reconocerte y no le dices "te quiero" a un extraño -puso el dedo índice de la mano derecha en la cara del mojado, cuyos hombros se bajaron como sus expectativas de triunfo en el amor-. Lo que éste quiere es que le parta la cara.
- No -intervino el pobre muchacho-, discúlpeme de verdad. No era mi intención.
- ¿Y entonces de quién es la culpa -echó el aliento a alcohol sobre él, lo que casi le hizo vomitar-, de esta zorra?
La agarró del pelo y, después de zarandearla, la tiró al suelo. El tiempo se detuvo de nuevo para él. Todo era más lento, pero no era porque se fuese a producir el beso que esperaba, sino porque el borracho empezó a echar el pie hacia atrás, empezó a impulsarlo para estrellarlo en la cara de ella.
- ¡Un momento, papá! -dijo la renacuaja- ¿Por qué me cuentas esto?
- ¿Por? ¿No te gusta el cuento? -inquirió el padre- Me lo estoy currando, ¿eh? Hay mucha intriga.
- Sí, sí que te lo has currado, pero es que yo ya me sé el final.
- ¿De verdad?
- Sí, ¿o acaso no es eso lo que le pasó a nuestra vecina del piso de abajo, la del cuarto? -subiendo una octava en las últimas palabras- Y, sí, papá, ya me lo explicaste. Nadie me tiene que tratar mal por ser niña porque todos somos iguales, que nadie me tiene que perseguir, ninguna persona me tiene que robar besos o hacer cosas sin que yo quiera -el tono de aburrimiento que le dio al último tramo de palabras era algo irritante-.
- Yo sé que lo sabes, cariño, la cuestión es que quien esté contigo en un futuro tiene que tenerlo clarito.
- A mí no me interesan los niños ni las niñas, papi. Pero contéstame, ¿era o no lo que le pasó a la del cuarto?
- ¡Que sí! Me has pillado... sé que puedes parecer demasiado pequeña como para contarte estas cosas, pero el mundo es un lugar difícil, hija mía. Hay mucha gente buena, hombres y mujeres, pero también hay otra que no lo es tanto o que es mala. Que va a querer lastimarte. No te digo que desconfíes de todo el mundo, pero aprende a distinguir cuando una cosa se hace bien y otra mal -levantóse del banco en el que se habían sentado-.
- ¿Qué saco de moraleja entonces de esto, papi?
- Que salvo la pobre chica, todos los demás obraron mal. Ella no tiene culpa de lo que siente él ni tiene que sentirse perseguida o acosada, ni mucho menos con la potestad de querer darle un beso o tocarla. Que el boticario no puede dar información que no le incumbe a una persona desconocida porque la pone en riesgo, así que tú no debes ser como el boticario, no sabes qué va a hacer un desconocido con información sobre otra persona; y el esposo de la chica, bueno, él es el peor.
- Vale, papá. Creo que lo he entendido todo... menos la palabra "potestad".
- Esa la buscas en el diccionario cuando lleguemos a casa.
- Vale.
- ¿Echamos una carrera?
- ¡Papá! -gritó con voz rasgada- ¡No me dejes aquí!
FIN

1 comentario:

  1. Me ha gustado el cuento. La verdad esperaba algo más, porque pensé que sería un poco más largo, pero está muy bien. La historia que cuenta el padre, de todos modos, yo la ampliaría en otro relato o tomaría parte de ella para solucionar intrigas.
    De todos modos el mensaje que transmite es uno de los más bellos y necesarios que hay: que a todos se nos ha de tratar por igual, sin tener en cuenta sexo, raza o condición.
    Esperemos que el respeto hacia las mujeres aumente, porque hoy en día las cosas no es que disten mucho de hace un par de años.

    Gracias por tu relato y espero que hagas muchos más (ya soy una fan asidua).

    Mil besos.

    ResponderEliminar