viernes, 23 de diciembre de 2011

CINÉFILOS


A medida que ha avanzado el año me he dado cuenta de una cosa muy importante: una película es magistral, altamente recomendable, colosal, etc. (búsquese el adjetivo que se quiera) en la medida en la que unos cretinos soberbios pseudo-neo-eruditos quieran que piense usted, amigo. Para todo lo anterior, esta gente altamente repulsiva, intentará dejarlo sin palabras con nombres de directores rusos cuyas películas no podrá encontrar en ningún sitio, o de polacos o iraníes (según les vaya el día); o lo hará por medio de supuestas "obras maestras" de la música en los soundtracks a los que ni usted ni yo vamos a prestar atención, al menos no siempre o en demasía.

Escribo este post porque, aunque ustedes no lo crean, en los últimos meses me he topado con una serie de personas aberrantes que tienden a calificar hermosas piezas fílmicas de "nefastas" o "basura" porque no encajan en sus descripciones basadas en la comparación con las de otros -repito- desconocidos que sólo ellos reconocen por su absurda nostalgia.


La verdad es que hay que volver a la misma pregunta de siempre: ¿qué es arte y qué no? Yo no voy a ser ningún hipócrita, estimado lector. A mí me encantan muchas películas alabadas por la crítica. No voy a quitarme de ver obras de Scorsese, Kubrick o Aronofski, eso se los aseguro; pero tampoco voy a hacer un feo a películas que tres pelagatos snobs me dicen que no vea. El otro día una chica muy simpática me recomendó una película espectacular (véase: The Fall Singh, T. 2006) cuyo trabajo visual era impresionante. ¿A qué viene esto? Inmediatamente después de terminar de ver la película busqué información sobre ella. En mi cabeza había una voz que me decía “¡Debe tener unas críticas fantásticas!” y para mi sorpresa no fue así. Me topé con revisiones que atacaban de hecho todo el trabajo fotográfico del director porque “parece publicidad”. Esto obviamente se dijo porque el pobre diablo de director compaginó su trabajo como publicista con el rodaje de la película (que duró varios años) y, obviamente, era autofinanciada. Yo no voy a decir tampoco un “cualquier cosa vale”, no me malinterprete usted, lo que sí quiero decir es que poco debe de fiarse de éstas criaturas que viven del trabajo de los demás. Ésas rémoras con demasiado tiempo libre que se hacen llamar cinéfilos y que son mal ejemplo para la definición del término el cual la RAE define simplemente como “aficionado al cine.” No se sienta abrumado por ésos petulantes gafapastas que por saberse más nombres raros de directores, por tener pósters de películas de los años setenta o porque simplemente vean las películas en versión original –con o sin subtítulos- se creen mucho mejor que usted.

Tan cinéfilo es el que disfruta de Con Air (West, S. 1997) que el que lo hace con Citizen Kane (Welles, O. 1941). Así que, hala, disfrute usted de las películas sin prestar mucha atención a lo que pueda decir un desconocido nostálgico que quiere sentirse mejor por echar por tierra el trabajo de otros. Ojo, no digo que se ponga a ver basura –que haberla la hay-, pero disfrute del cine que quierasi es del bueno e imperecedero, mejor.

Felices fiestas.

sábado, 22 de octubre de 2011

Opciones (Capítulo II)

"Hold me, love me." (Eight Days A Week. The Beatles)

Así está la cosa: soy un malnacido para muchos, pero quizás sea todo un héroe para otros. A veces me gusta hablar con mi héroe malnacido personal. Mi tío Patricio. Él es un ciudadano más que le gusta llevar su vieja gorra, su bastón, sus pantalones de pana color verde oliva y su chaleco de punto marrón. Vive en su pueblo, a pocos kilómetros de la ciudad monumental. El viejo tito Patricio es uno de esos rojos que vive asqueado de la sociedad actual, aunque él mismo no cree que sea de izquierdas. Él se define como un tipo racional, como yo (aunque él no le pega a nadie). La última vez que estuve en su vieja casa de piedra en la calle de los Herreros, cerca de la Plaza de España en su diminuto pueblo, me dijo:

- ¿Sabes qué? -miraba a la nada y su cara era inexpresiva.
- ¿Qué?
- Que hagas lo que te salga de los cojones.
- ¿Eso a qué viene? ¿Te ha dicho algo mamá?
- No, sólo que recuerdo mi juventud. Lo tonto que fui.
- Bien, un nuevo discurso de filosofía patriciana, ¿eh?
- No me hables como si fuera un viejo chocho que no sabe lo que dice. Seguramente yo haya leído mucho más que tú y toda tu estúpida clase en la facultad.
- Sabes bien que es broma...
- ¿Sabes qué más es broma, hijo? Todos tus sueños. Todos los días cuando voy a Salamanca, me paso por la librería en la calle Meléndez buscando algo interesante para leer, y me topo con estos libros que sólo dicen gilipolleces sobre el universo, o dios o religiones absurdas. Ha llovido ya mucho sobre este campo, pero aún no nos hemos fijado que quizás haya que sembrar en otra parte. Nadie se ha enterado que lo que pregonaba el Zaratustra de Nietzsche es verdad, que dios en sí ha muerto. Seguramente más ahora que entonces, cuando él lo publicó. Siempre decía el cura -cuando yo iba a misa, claro- que "dios está en cada uno de nosotros." Y ahora es algo innegable. Las antiguas costumbres solían pedirte un compromiso extremo con la deidad judeo-cristiana... aunque luego los cabrones de los curas se quedaban con todo y para dios nada de nada... pero bueno. La cuestión es que ahora, cuando voy a la ciudad no dejo de fijarme en la cantidad de necesidades creadas para engañarte a ti y a todo el mundo. No deja de sorprenderme el encontrarme con letreros que ponen "Lo que necesitas. X a Z precio" y que luego veas el X en las manos del resto del abecedario. Y me fijo en lo muertos que estamos, o al menos lo zombies que parecemos. Todos trabajando para ganar dinero y devolvérselo a los empresarios. Si dios está en cada uno de nosotros, ahora mismo está muerto o anda en las últimas.
- Eso es capitalismo, Patricio.
- ¿Me vienes a dar clases tú a mí de economía? -dijo con una sonrisa dibujada y sacándose un puro del bolsillo de su camisa.
- Tranquilo... -le devolví otra sonrisa esbozada- Ya sabes lo payaso que soy.
- El caso es que no acabo de creerme lo increíblemente estúpidos que los seres humanos podemos llegar a ser, ¿sabes? Tropezando constantemente con las mismas piedras. Llorando por lo mismo que lloramos ayer, sonriendo bajo el efecto dopante de las promesas vacías de políticos, presentadores de televisión, aparatos nuevos o con la mirada perdida en el canalillo de un par de tetas. Ha pasado mucho ya desde que construimos la primera herramienta y, siendo honestos, tú no necesitas que el móvil nuevo te diga qué tiempo hace, sabiendo que puedes salir a la calle y comprobarlo, ¿verdad?
- Verdad.
- Pero la cuestión es que en los anuncios dicen que el que un aparato que cabe en tu bolsillo te diga si hace sol es lo "guay"... como guay también es esa música horrible que suena.
- Oh... eso, la música...
- La música ha cambiado muchísimo, ¿no te parece?
- Bueno... eh...
- Calla, hombre. -me interrumpe y levanta la mano- ¿tú qué vas a saber si la música buena se escuchaba en mi tiempo? Por fortuna crecí en esa época donde había orquestas acompañando a hombres con voces masculinas y trabajadas y a mujeres de belleza pura y exquisita que no necesitaban andar diciendo que besaban mujeres ni se vestían como putas para que no repararas en su voz. Nuestros cantantes revelación eran prodigios en la guitarra, en el uso de voces... ahora están estos preadolescentes con voz fina que se visten como los negros... ¡Ja, ja! Algunos blancos se quieren vestir como negros ex-presidiarios estadounidenses y algunos negros quieren pasar desapercibidos.
- Eso es muy racista, tito.
- Esa es la maldita realidad de muchos. No he generalizado. Aprende a escuchar.
- Vale.
- La cuestión es que la música antes era música. Notabas el trabajo de alguien en lo que hacía. No veías a gente escribiendo canciones sobre lo grande que era su polla (no al menos a los verdaderos artistas). Lennon escribió "Mother", por ejemplo, ¿la has escuchado? Un tipo grande que habla de lo jodido que fue vivir sin su madre y lo rechazado que se sintió. Una melodía interesante.
- Sí que la he escuchado.
- Bien.
- A ver si te piensas que soy un inculto.
- No es que lo piense, es que ¿quién es culto? ¿Quién decide lo que es ser un erudito? ¿Quién posee la verdad y quién no? Ahora mismo tú seguramente sepas más de lo que yo puedo saber en muchísimos aspectos que incluso desconozco.
- Bueno, eso puede ser.
- La gente no entiende el concepto "relatividad". Y lo que es aún peor: no saben que este mundo se rige, en su mayor parte, por él. La verdad es siempre relativa. Para un satanista, Satán es su dios y para él será bondadoso y todopoderoso y su enemigo será el dios de los cristianos. No hay nada malo en ello, a menos que cometan una acción recriminable por las convenciones sociales, como el respeto a la vida y a la libertad. Pero, ¿sabes? Los cristianos no pueden ver a los satanistas... joder, por no poder ver, no quieren ver ni escuchar a los ateos o agnósticos. Les jode la verdad. Hablan de un dios que respeta la libertad y que ama incluso a quienes no lo aman. Yo he leído la biblia, hijo, y te puedo asegurar que de los dos dioses que habla...
- Antiguo y Nuevo Testamento -Interrumpí.
- Exacto, el dios vengativo y enfadado, y el dios que ama y respeta tu libertad. Pues eso, te puedo asegurar que el dios del que los cristianos andan orgullosos, el dios del Nuevo Testamento, no se parece en nada al que ellos te predican. Se andan golpeando el pecho y poniéndose de rodillas, pero nadie actúa como el señor Jesús de Nazaret. Nadie ama incondicionalmente ni se sacrifica. Son todos unos despreciables que desprecian la libertad de los otros. Hablan de amor, pero odian al diferente. Si te sales de su rebaño o de sus creencias, te insultan y te condenan al infierno... "¡Vas a arder en el infierno por la eternidad!" Me dijo una monja una vez... ¿ese es el dios del que tanto hablan? ¿Eso les enseñó Cristo? Ninguno de ellos tienen zorra idea de nada.
- Ya ves, tito. Yo pienso igual.
- Ya lo sé. No es la primera vez que hablamos de esto... bueno, hoy sólo he hablado yo.
- Cuando no se tiene algo inteligente qué decir, es mejor parecer un tonto y callarse.
- Sabias palabras.
- Me tengo que ir, mamá me espera para comer.
- Hala, hijo. Dale un beso a tu madre de mi parte y gracias por pasarte a saludar.
- No te creas, me pillaba de camino, por eso vine. No porque seas el tipo más agradable para hablar y mi único padre.
- Idiota.
- Te quiero, tito.


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viernes, 8 de julio de 2011

Opciones

“Mama wiped the blood out of my face…” (“Knockin’ on Heaven’s Door” Bob Dylan –Unplugged version-)

Cuatro eran las opciones que tenía. Cuatro. Simplemente, según dicen, elegimos las que las entrañas nos mandan –algunos ilusos tienden a llamarlo corazón, yo digo que es nuestro instinto de muerte-. Los seres humanos tenemos esa capacidad adherida a nuestra manera de actuar… nos dejamos guiar, fluir, llevar.

Podía simplemente haber pasado de él y de su cara de idiota. No haber escuchado sus palabras llenas de chulería, pero no.

Pude haberle pegado un puñetazo y hacerle caer al suelo y luego escupirle.

También pude insultarlo mientras me alejaba con paso apresurado. “¡Hijo de puta!” o un “¡Me cago en tu puta madre, cabronazo!” hubieran bastado. Pero no.

No, simplemente me fui por la última opción, que fue la combinación de todas –y algo más-. Le pegué un puñetazo y le hice caer. Empecé a patearlo en el costado y lo cogí del pelo rizado que simulaba un afro setentero (¡Putos modernos!) y el sonido de su cráneo contra el empedrado me incitó a seguir y seguir… claro, mientras esto pasaba le insulté. Sus gafas de quinientos pavos se fueron un par de metros sobre su cabeza y vi perfectamente como en un primer momento pasó por su –posteriormente- cabeza sangrante un “¡Joder, mis gafas que me costaron tanto dinero!”. Porque sí, seguramente es uno de estos imbéciles que no tienen para comerse unos gnocchis de nueve euros en un restaurante italiano, pero se dejan casi todo el líquido que tienen en unas putas gafas con letras brillantes para salir de fiesta y hacerse el chulo con desconocidos. Pero a éste le salió mal. Se topó con el desconocido equivocado.

Son unos idiotas. Los veo todas las noches por la Salamanca monumental con sus vasos de plástico y sus botellas llenas de vino barato con cola, haciéndose los interesantes con sus pantalones ceñidos a medio culo, mostrándole al mundo sus calzoncillos de Calvin Klein comprados a una gitanilla en el mercadillo. Menudos tontos. Se creen que por llevar camisetas de The Godfather la gente creerá que son cinéfilos, ese tipo de personas con las que una conversación puede resultar casi orgásmica, pero que en verdad no son más que cabezas vacías. Pequeños entes guiados por las tendencias que marcan en las cadenas de televisión, en las cuales hay otros pequeños –grandes- morones que tienen la absurda idea de que todo lo de otros años fue mejor. Ingenuos. No saben ver que los mejores tiempos que se pueden vivir son los de ahora. Este minuto es irrepetible. Ahora mismo podrías salir a la calle y encontrar a una persona que te puede ofrecer más conocimiento que el libro que tu pretenciosa pareja o amigo te regaló el último día de San Jorge. Podrías ser mucho más feliz si aprendieras a apreciar el ahora y no estar añorando el pasado. Todos esos capullos nostálgicos que se visten como Janis Joplin o Cindy lauper o Michael Jackson (estilos muy distintos) sin siquiera haber estado cuando alguno de ellos vivía o cantaba.

Peor aún son aquéllos que viven de acuerdo a ideas que no son las suyas y que, siendo honestos, se desvinculan de la razón. Rojos y fachas. Comunistas y fascistas. Dos extremos que creen poseer la verdad y se odian mutuamente, pero que terminan siendo iguales. Cuando voy por la Plaza de Toros y me encuentro uno de esos payasos no sé decir si son punks anti-sistema o neo-nazis que buscan un negro al que apalear. Lo único que sé es que son asquerosos en todos los aspectos. Extremistas.

Pensarán que un tipo que empieza a narrarles cómo le rompió la cabeza a un modernillo chulo que se metió con su cojera y su bastón es un idiota que, encima va de superior moral y racionalmente… es verdad, soy contradictorio, pero la verdad es que no lo maté. Me aseguré de que no fuera así. Simplemente tiene un una herida para algunos puntos. No hay traumatismo severo, ni habrá secuelas a nivel cognitivo. Así que tranquilos, ahora cuando vaya por la calle con ganas de aprovechar el nivel de alcohol en sangre haciendo chistes sobre otros y su físico para hacer reír a su ligue (porque no se los había dicho, iba con una chica que salió corriendo, por lo que asumo que no era ni su novia no su amiga, solamente una tipa con poca autoestima), se lo pensará dos veces. En verdad lo que hago es un servicio a la comunidad cada noche cuando le pongo una paliza a algún okupa que me niega la entrada a su casa o a un nazi que me pregunta de qué voy. Sí, han acertado, no soy cojo ni uso bastón. Tampoco soy el hippie tonto que se perdió y acabó pasando enfrente del bar facha, o el pijo al que le han recomendado pasarse por una casa “chupiguay” donde hacen fiestas “que te cagas”. Les enseño a todos esos que no usan la razón, mediante medios irracionales –como la violencia física o incendios esporádicos-, lo equivocados que están.

¿Alguien se une al club?

lunes, 6 de junio de 2011

Las desventuras de Camila

CAPÍTULO I

Camila tiene treinta y cinco años recién cumplidos.
Camila no sabe qué decir.
Camila espera que le ordenen cada día cuándo soñar.

Ella no sabe qué es la libertad, pues hasta el viento que le roza la faz carece de dicha virtud... o al menos ella no lo siente así. Sólo el fuerte sonido del hacha que clava en aquel troco para avivar el fuego de su horno parece catártico. Cada golpe que atraviesa el trozo de pino llega hasta la tierra y ella siente poder sobre algo.

Camila silba acompañando la bella sinfonía que crea el viento entre los árboles de fruta que tiene en su jardín. Ahí, con los ojos cerrados en la hamaca, se siente cerca de esa mujer con cara de complacida y manos abiertas -como pidiéndole un abrazo- a la que le reza todas las noches para que sus tormentos pasen. Camila no recuerda haberse carcajeado con fuerza y sentirse plenamente feliz. Camila no encuentra la gracia de la que le habla el cura en las homilías de la pequeña iglesia colonial de su pueblucho al sur del país. No sabe qué es la igualdad de la que hablan las leyes... por saber, ni sabe que tiene derecho a decidir sobre su propia vida, su propio cuerpo. No es ignorante, pero ignora muchas cosas. No es tonta, pero no la dejan ver las cosas tal y como son. No está muerta, pero está adormecida. No es débil, pero cada paliza no la deja durante varias horas (o días) levantar sus brazos. No es que no sea humana, es que le han robado su dignidad.

Camila no baila. Camila ya no suspira con ilusión.

miércoles, 20 de abril de 2011

Esas cosas que hacen que mi trabajo valga la pena.

Empecé en esta aventura de trabajar en un centro para personas con discapacidad psíquica hace ya un mes y medio aproximadamente. No lo voy a negar, amigos, ha sido muy duro hasta ahora en muchísimos aspectos. Existen determinados momentos, personas, situaciones en las que mi paciencia ha sido puesta a prueba, al igual que mi fuerza y/o mi moral. He experimentado momentos realmente duros que combinados con mi edad han dado como resultado lágrimas (no, no me parece malo llorar cuando se necesita).

Cuando se aproximaba mi tercera semana ya había establecido lazos con algunos de los internos, especialmente con Equis (llamémoslo así, debido a las normas de privacidad que se me obliga a cumplir). Equis era un profesor retirado de una de las mejores universidades de este país de una asignatura que, de hecho, aún tengo pendiente con la mía. Desde el primer día él y yo empezamos a hablar debido a mi afición de andar canturreando canciones de Bob Dylan cuando estoy intranquilo. Él se aproximó y me preguntó: "Elías, do you speak english?" Me quedé boquiabierto por su acento, dado que era correcto. Me contó su historia como catedrático universitario, de su enfermedad, de los delirios, de su familia... todo esto en inglés. Así empezó mi amistad con Equis.

Todos los días en el comedor me saludaba con un "Good afternoon!" y se despedía con un "Good night, sir!" a los cuales yo respondía en la lengua de Dylan. Un día tuvimos que llevarle a una revisión médica a Bilbao y durante todo el camino nuestra conversación se ciñó a temas cosmológicos, espirituales, psicológicos y sociales, bueno, yo apenas hacía algún apunte porque él era una persona para escuchar y no interrumpir. Su sabiduría me satisfizo todo aquel viaje de una manera tremenda.

Llegada la segunda semana en el centro, Equis me preguntó si quería que nos tuteásemos y nos dejáramos de formalismos en inglés. Mis compañeros de trabajo sólamente me quedaban viendo raro porque a mí era el único al que Equis tuteaba y dejaba que le tuteara (aunque alguna vez se me escapó algún que otro "vos").

Era martes y el día parecía que se arreglaba. El sol había aparecido después de tantos días escapándose de mi vista. Me encontré con Equis en el comedor a la hora de la comida. Me saludó como siempre y añadió "Me gustaría que habláramos hoy un rato." Horas después me lo encontré en el piso donde estaba su habitación y me dijo: "¿Sabes, Elías? A veces me gustaría que mi hijo pudiera hablar conmigo como tú lo haces conmigo. Pero él no quiere saber nada de mí desde que esta mente mía me jugó esta pasada. Me odia, cree que no soy digno de él... Elías, la vida es demasiado corta como para estarse preocupando por cosas que no puedes explicar. Aprovecha tu juventud, hijo. Intenta ser feliz..." Yo le interrumpí pensando que quizás estaba muy triste y derrotista por la falta de comunicación de su familia y traté de explicarle que su hijo estaba en una edad muy difícil; que en la adolescencia nos creemos unos genios que tienen explicación hasta para las figuras de las Islas de Pascua. "Bueno, te dejo trabajar..." me dijo con una palmada en el hombro.

Llegó la hora de la cena y él estaba ahí, por supuesto. Yo vigilaba que todos los que tienen problemas de deglución comieran despacio y bien, tomando su agua y demás. El me asintió a la distancia a modo de saludo y le respondí de igual manera. Cuando llegó la hora de que ellos salieran del comedor a mí me tocaba coger las bandejas y él hizo lo que siempre hacía conmigo, me indicaba el lugar adecuado para coger esta y no mancharme mis manos, y agregó: "Elías, me siento un poco mareado." Yo respondí sólo alcanzando a ver su cara descompuesta: "Ahora subo a tu habitación y te tomo la temperatura y, si hace falta, te doy un algo para que tomes, ¿vale?" y Equis hizo un ademán de aceptación. No me acuerdo quiénes se pusieron en mi camino, pero el caso es que tardé diez minutos en subir por las escaleras que llevaban a su habitación. Hay un paciente que para pedirte tabaco tiende a fingir desmayos y se tira al suelo y pensé que era éste el que estaba en las escaleras acostado, no alcancé a terminar mi frase de reproche para él cuando me di cuenta que era Equis el que estaba ahí, en el suelo. Su cara había perdido color, sus gafas estaban a unos centímetros y parecía haber querido bajar las escaleras, pero no pudo bajar ni tres peldaños. Aún recuerdo su mano izquierda posada en la pared, como queriendo alcanzar la barandilla. Todavía está en mi mente su mirada entrecerrada y sin vida. Empecé a gritar su nombre y a comprobar si respiraba... no respiraba. No tenía pulso. Mi desesperación crecía y crecía y llamé a mis compañeros por la radio: "¡Chicos, al segundo piso, rápido! ¡Equis no tiene pulso ni respira! ¡Rápido, vengan!" Yo me arrodillé a su lado e intenté hacer una RCP, pero era tarde. Me medio incorporé y no sé cuánto tardaron en llegar mis compañeros, pero el instante en el que vi sus ojos ya se había ido y vi lo efímero y lo eterno. No podía moverme, no podía hablar. Equis había muerto y sólo se me pasaba por la cabeza un "Si hubieras llegado diez minutos antes quizás hubieras hecho algo más que sólo ver su cuerpo inerte."

Sé que no es mi culpa haber estado ahí tarde, pero me estuvo matando el sentimiento de culpa por algunos días... hasta que recordé lo que me había dicho el día en el que murió y los días anteriores, como el viaje a Bilbao. Ahora prefiero quedarme con el Equis que me enseñó tanto en el brevísimo que lo conocí. Me quedo con el Equis que me dijo que la vida era demasiado corta como para agobiarme por los problemas y que me lo ejemplificó horas después. Ahora me doy cuenta de esas pequeñas cosas que hacen que mi trabajo sea tan instructivo en tantos aspectos y ahora me doy cuenta de lo pequeños que somos y lo estúpidos que somos como para creernos importantes.

Equis me dijo mientras estábamos en la sala de espera del Hospital de Basurto: "En todos estos años no he podido hacer todo aquello que quería por miedo, por esta enfermedad. Ahora quisiera volver a donde estás tú, con tus dilemas, tus preguntas, tus dudas existenciales y cosmológicas. Sigue así, pero no te preocupes. No siempre hay respuesta para todo. Dios hace las cosas así."

Para Equis. Gracias por todo lo que me diste.

sábado, 5 de marzo de 2011

¡Vaya evolución!

Esto de la soledad y la lejanía de la gente que quieres es una verdadera desgracia. Ahora es cuando más cosas interesantes me apetece hablar, cuando juegos nuevos he aprendido, cuando cosas nuevas quiero compartir, cuando mas abrazos y besos quiero recibir, cuando mas quiero conocer a la gente que ha aparecido en mi vida.
Recuerdo que de muy pequeño escuchaba una canción que se llama "Don't know what you got (till it's gone)" de Cindirella (nadie me pregunte por otro canción de esta banda) y le pregunté a mi hermana, quien después de mi madre era mi fuente de información preferida y me dijo: "La canción se llama 'no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes', es muy bonita, ¿verdad?" Yo, amigos, no supe verdaderamente lo que significaba aquella frase que hacía cerrar los ojos de la gente mayor, hasta que un día tenía un muñeco que me había regalado mi vecina, Reina, y me lo cargué poco después de habérmelo dado tan gentilmente mi vecina debido a mi descuido. Acudí a mi madre sollozando y me dijo: "¿Qué pasa? Ahora quiere otro, ¿verdad? Pues haberlo cuidado. ¿Ve? Es que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde..." Desde entonces aprendí a valorar un poquito más las cosas y comprendí mejor aquella frase tan reveladora de nuestra humanidad.
A través del último lustro (y un poco más), he tratado de no formar vínculos con nadie de manera fuerte porque, para ser sinceros, no me siento de ningún lugar. Si me preguntan de dónde soy simplemente no sé qué responder... no por mi falta de "cultura" o "patriotismo", un argumento utilizado por el ignorante muy a menudo, sino porque eso ya no tiene significado para mí. Creo que ya he dejado de ser de un lugar u otro porque igual sufro por el otro lado del charco que por la gente de Gaza o Libia. He tratado de alejarme de cualquier tipo de relación fuerte para no tener que arrepentirme de nada cuando, por X razón, esta se estropeara... digo "tratar" e "intentar" porque por más que tratemos de ser racionales, las emociones, nuestra humanidad en sí, nos traiciona.
Ahora he logrado una de mis metas más anheladas y, sabiendo lo que esta conllevaba (alejarme de mi lugar de residencia para aislarme en un pueblo perdido de la mano de Thor en la Castilla más profunda), pues ahora empiezo a echar de menos todo lo que dejo detrás: mis amigos, mis colegas, los conocidos por conocer, las noches de póquer con güisqui escocés, los debates ardientes de política y religión, etc. Todo, echo de menos todo. Pero es que, además, también extraño el sueño que incluía mi sueño (sí, se que suena muy Inception, pero es así), es decir, la manera en que me lo había imaginado todo (con relación estable, besos, abrazos, amor, etc.). Ahora me siento en un tipo de purgatorio en el que tengo que estar el tiempo que haga falta porque la he cagado en tantos aspectos... he sido tan irracional y visceral que ahora mismo mi garganta siente un nudo que no se supone que debería estar ahí porque simplemente está mal. "¡Está todo muy mal, Elías!" me digo y me devano la sesera, como decía don Quijote, tratando de encontrar los puntos en los que he fallado. El problema es que no sé si en verdad son fallos o no... todo es tan confuso que lo único que sé es que esta angustia no debería estar aquí haciéndome sentir un dolor profundo en el corazón.
Pienso a veces para mí mismo: "¡Vaya! Tantos años de evolución para estar jodido por amor, ya sea fraternal o romántico."

http://www.youtube.com/watch?v=FAd4I_9fIgE