lunes, 9 de agosto de 2010

Ahora o nunca (Parte III)

Eran tiempos en los que no existía ni la mitad de las cosas con las que vivimos hoy. Por no haber, no había ni electricidad, ni grifos... casi nada. Era otro siglo, pero tenían problemas como los nuestros.
Estaba... estaba esta chica bella, inteligente y bondadosa. Su familia no era rica, pero tampoco era pobre. Esto no es Romeo y Julieta. No es el cuento típico de princesas. Es sólo otra historia más. No creas que voy a ponerme a describirte su cuerpo perfecto, su pelo negro y lacio con olor a cielo, su cuello que sabía a fruta fresca, sus manos suaves como el algodón, sus ojos azules como el cielo y llenos de luz y alegría. No voy a contarte que era la mujer más bella del mundo. Este no es uno de esos cuentos que has leído desde los cuatro años.
Su nombre no importa porque, al fin y al cabo, en este mundo nadie quiere saber el nombre de nadie, sólo hay que entender la historia, ¿verdad?
Ella tenía la suerte de no ser como las demás. Ella había podido leer lo que sólo los hombre habían podido leer. Había conocido lo que sólo los hombres podían conocer. Había estado donde sólo los hombre habían podido estar. Recuerda que esto era otra época.
Era un día de invierno en el que la lluvia era la que daba la nota sobresaliente. Parecía que todos los ángeles estaban llorando por lo que iba a suceder. Ella iba por la plaza de su pueblo corriendo con una manta en la cabeza protegiéndose su pelo. No quería llegar a enfermarse como su abuelo y morirse. Iba a su mayor velocidad, lo más rápido que sus piernas le permitían, estaba a punto de entrar en la botica para poder esperar a que parase aquel "diluvio". De pronto sintió un golpe en el calcañar de su pie derecho que la hizo caer. Pudo soltar a tiempo la manta y protegerse la cara del lodo o -las heces- que había por ahí.
- ¡Perdóneme, por favor! -exclamó una voz masculina extendiéndole a ella su mano.
- Estoy bien, tranquilo -dijo ella con voz alterada queriendo enmascararla bajo una sonrisa, aunque él no viese su cara-. No ha pasado a más -se levantó rápido y se quitó el exceso de suciedad de su vestido y seguía sin ver su rostro-.
- ¿Cómo puedo compensarlo?
- Nada, tranquilo -levantó la vista y le gustó lo que estaba de pie ante ella y... salió corriendo-.
Entró con el boticario, el cual le reprendió aquellas fachas que llevaba y la invitó a que se limpiara en la parte trasera de su local. Minutos después, y ya con su vestido un poco menos asqueroso, ella salió a sentarse con su amigo de los remedios. Lo que no se esperaba era encontrarse con el culpable de su miseria.
- Me ha contado este caballero que él es el que te ha hecho semejante faena -dijo el boticario con una sonrisa de burla-.
- Así es, pero yo ya le he dicho que no se preocupara por mí. Yo estoy bien -replicó ella con voz más serena y con los ojos puestos en el caballero-.
- Sólo quería saber cómo estaba...
- Se lo dije afuera y se lo acabo de decir, pero viendo su poca capacidad de entendimiento, se lo repetiré por tercera vez: estoy bien -y le regaló una sonrisa fingida al hombre-.
- Disculpe usted mi torpeza -agachó la cabeza-.
- Disculpas aceptadas -ella también imitó el gesto-. Muchas gracias por todo, amigo mío, pero ya la lluvia ha casi parado y mi familia ha de estar preocupada por mí -le dijo al viejo al otro lado de mostrador-.
Salió sin decir más con la manta en la testa y siguió corriendo bajo la lluvia hasta desaparecer en la esquina de una casa.
Él era alto y fornido. Tampoco parecía ser rico, pero tampoco era pobre. Sus ojos eran marrones y... digamos que era muy apuesto. De éste sí que no voy a decir nada. No te lo tomes a mal, pero no se me da bien describir los hombros fuertes de aquél caballero, espaldas anchas, ni su quijada cincelada o sus manos grandes y fuertes.
Él se había quedado prendado con la belleza de aquella mujer a la que había tirado al suelo por pegarle en el talón. Era demasiado como para dejarla ir así, por lo que asaltó a preguntas al boticario:
- ¡Dime dónde vive! -dijo sin quitar la vista de aquella esquina donde ella había girado- Me ha cautivado.
- Lo sé, lo sé. Ella es algo que no se ve hoy en día, ¿no es así? Pero no me acuerdo muy bien de dónde vive su familia. Ruego me disculpe, caballero -juntó las manos como las viejas cuando rezan-.
- ¡¿Cómo no has de saberlo?! -ahora sí que posó sus ojos en los del viejo- Mejor dime cuánto quieres... -sacó de una pequeña bolsa unas cuantas monedas- ¿con esto te vale?
- Ahora que lo pienso bien...
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Gracias a los que leen las tonterías que escribo. Este es un cuento que va a tener cinco partes y espero que les guste.

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