miércoles, 20 de abril de 2011

Esas cosas que hacen que mi trabajo valga la pena.

Empecé en esta aventura de trabajar en un centro para personas con discapacidad psíquica hace ya un mes y medio aproximadamente. No lo voy a negar, amigos, ha sido muy duro hasta ahora en muchísimos aspectos. Existen determinados momentos, personas, situaciones en las que mi paciencia ha sido puesta a prueba, al igual que mi fuerza y/o mi moral. He experimentado momentos realmente duros que combinados con mi edad han dado como resultado lágrimas (no, no me parece malo llorar cuando se necesita).

Cuando se aproximaba mi tercera semana ya había establecido lazos con algunos de los internos, especialmente con Equis (llamémoslo así, debido a las normas de privacidad que se me obliga a cumplir). Equis era un profesor retirado de una de las mejores universidades de este país de una asignatura que, de hecho, aún tengo pendiente con la mía. Desde el primer día él y yo empezamos a hablar debido a mi afición de andar canturreando canciones de Bob Dylan cuando estoy intranquilo. Él se aproximó y me preguntó: "Elías, do you speak english?" Me quedé boquiabierto por su acento, dado que era correcto. Me contó su historia como catedrático universitario, de su enfermedad, de los delirios, de su familia... todo esto en inglés. Así empezó mi amistad con Equis.

Todos los días en el comedor me saludaba con un "Good afternoon!" y se despedía con un "Good night, sir!" a los cuales yo respondía en la lengua de Dylan. Un día tuvimos que llevarle a una revisión médica a Bilbao y durante todo el camino nuestra conversación se ciñó a temas cosmológicos, espirituales, psicológicos y sociales, bueno, yo apenas hacía algún apunte porque él era una persona para escuchar y no interrumpir. Su sabiduría me satisfizo todo aquel viaje de una manera tremenda.

Llegada la segunda semana en el centro, Equis me preguntó si quería que nos tuteásemos y nos dejáramos de formalismos en inglés. Mis compañeros de trabajo sólamente me quedaban viendo raro porque a mí era el único al que Equis tuteaba y dejaba que le tuteara (aunque alguna vez se me escapó algún que otro "vos").

Era martes y el día parecía que se arreglaba. El sol había aparecido después de tantos días escapándose de mi vista. Me encontré con Equis en el comedor a la hora de la comida. Me saludó como siempre y añadió "Me gustaría que habláramos hoy un rato." Horas después me lo encontré en el piso donde estaba su habitación y me dijo: "¿Sabes, Elías? A veces me gustaría que mi hijo pudiera hablar conmigo como tú lo haces conmigo. Pero él no quiere saber nada de mí desde que esta mente mía me jugó esta pasada. Me odia, cree que no soy digno de él... Elías, la vida es demasiado corta como para estarse preocupando por cosas que no puedes explicar. Aprovecha tu juventud, hijo. Intenta ser feliz..." Yo le interrumpí pensando que quizás estaba muy triste y derrotista por la falta de comunicación de su familia y traté de explicarle que su hijo estaba en una edad muy difícil; que en la adolescencia nos creemos unos genios que tienen explicación hasta para las figuras de las Islas de Pascua. "Bueno, te dejo trabajar..." me dijo con una palmada en el hombro.

Llegó la hora de la cena y él estaba ahí, por supuesto. Yo vigilaba que todos los que tienen problemas de deglución comieran despacio y bien, tomando su agua y demás. El me asintió a la distancia a modo de saludo y le respondí de igual manera. Cuando llegó la hora de que ellos salieran del comedor a mí me tocaba coger las bandejas y él hizo lo que siempre hacía conmigo, me indicaba el lugar adecuado para coger esta y no mancharme mis manos, y agregó: "Elías, me siento un poco mareado." Yo respondí sólo alcanzando a ver su cara descompuesta: "Ahora subo a tu habitación y te tomo la temperatura y, si hace falta, te doy un algo para que tomes, ¿vale?" y Equis hizo un ademán de aceptación. No me acuerdo quiénes se pusieron en mi camino, pero el caso es que tardé diez minutos en subir por las escaleras que llevaban a su habitación. Hay un paciente que para pedirte tabaco tiende a fingir desmayos y se tira al suelo y pensé que era éste el que estaba en las escaleras acostado, no alcancé a terminar mi frase de reproche para él cuando me di cuenta que era Equis el que estaba ahí, en el suelo. Su cara había perdido color, sus gafas estaban a unos centímetros y parecía haber querido bajar las escaleras, pero no pudo bajar ni tres peldaños. Aún recuerdo su mano izquierda posada en la pared, como queriendo alcanzar la barandilla. Todavía está en mi mente su mirada entrecerrada y sin vida. Empecé a gritar su nombre y a comprobar si respiraba... no respiraba. No tenía pulso. Mi desesperación crecía y crecía y llamé a mis compañeros por la radio: "¡Chicos, al segundo piso, rápido! ¡Equis no tiene pulso ni respira! ¡Rápido, vengan!" Yo me arrodillé a su lado e intenté hacer una RCP, pero era tarde. Me medio incorporé y no sé cuánto tardaron en llegar mis compañeros, pero el instante en el que vi sus ojos ya se había ido y vi lo efímero y lo eterno. No podía moverme, no podía hablar. Equis había muerto y sólo se me pasaba por la cabeza un "Si hubieras llegado diez minutos antes quizás hubieras hecho algo más que sólo ver su cuerpo inerte."

Sé que no es mi culpa haber estado ahí tarde, pero me estuvo matando el sentimiento de culpa por algunos días... hasta que recordé lo que me había dicho el día en el que murió y los días anteriores, como el viaje a Bilbao. Ahora prefiero quedarme con el Equis que me enseñó tanto en el brevísimo que lo conocí. Me quedo con el Equis que me dijo que la vida era demasiado corta como para agobiarme por los problemas y que me lo ejemplificó horas después. Ahora me doy cuenta de esas pequeñas cosas que hacen que mi trabajo sea tan instructivo en tantos aspectos y ahora me doy cuenta de lo pequeños que somos y lo estúpidos que somos como para creernos importantes.

Equis me dijo mientras estábamos en la sala de espera del Hospital de Basurto: "En todos estos años no he podido hacer todo aquello que quería por miedo, por esta enfermedad. Ahora quisiera volver a donde estás tú, con tus dilemas, tus preguntas, tus dudas existenciales y cosmológicas. Sigue así, pero no te preocupes. No siempre hay respuesta para todo. Dios hace las cosas así."

Para Equis. Gracias por todo lo que me diste.